miércoles, 19 de octubre de 2011

Jodida libertad


Verás. Pensé en hacer una conferencia sobre la libertad en la que no estuviesen presentes seres ingratos con la justicia que fuesen a hablar del terror como si fuese una cosa más en la vida, una simple experiencia pasajera que no deja mella en la piel ni en los músculos más pequeños y finitos de cualquier ser humano. Pensé en hablar de lo que significa ser libre, en poder volar, en aprender a viajar, a conocer y reconocer las cosas buenas del pasado para repetirlas en el futuro, en odiar y maldecir las malas y dejarlas arrinconadas en la cascada de basura que suelta la cloaca propagandística.

Una vez prometí a alguna portada de periódico que no volvería a llorar por fuera, si no que lo haría por dentro y, mientras, no me callaría por nada en el mundo.

Un amigo fue asesinado en este sitio:



Él, mi amigo, nunca fue a una mal llamada conferencia de paz, porque no vivía en una guerra. Vivía en una dictadura. Del terror, claro. Rodeado de malnacidos que apuntaban datos suyos, como el color del pelo y de los ojos de su novia.

Crecí con su drama, con su pérdida.

Crezco con su ausencia.

Me da igual lo que digan los demás y lo que piense el resto.

Quiero que todos sus asesinos y sus colegas pasen su vida gris en una celda bien lejos de este césped donde acabaron con la vida de este y otros novecientos cincuenta amigos. Y que no salgan nunca. Porque los míos no volverán. Resucitaron, sí, pero en el Cielo.

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A las cuatro de la madrugada paseábamos por la Calle de la Princesa, a la altura de la Plaza de España. Un borracho con pantalones de cien euros quiso hacer una gracia. Pegó a un chino que vendía latas de cerveza por un euro. Le pegó porque sí, para obtener el beneplácito de estar con sus amigotes. El chino cayó al suelo y rápidamente llegó una china, con bolsas de bocadillos recién hechos para vender a los niños de vaqueros de cien euros (o más) recién salidos de bares de copas a cinco euros el pelotazo. El resto de los paseantes observaron impotentes la escena. Mientras la china limpiaba la sangre del chino, los amigotes cogieron por su cuenta los bocadillos de la mujer. Ja, ja, ja. Se fueron libres mientras algunos salimos detrás de ellos. De fondo sonaban las sirenas de unos coches policías.

Alcancé al gracioso. Y le di. Bien fuerte. Oh, sí, sí que le di bien fuerte. Los míos me pararon y él, en el suelo, seguía riéndose como si nada. Solo; los suyos no volvieron. Arrastré al gracioso hasta el lugar en el que seguía sangrando el chino. Llegaron los policías y la luz azul envolvió la escena.

- Este desgraciado hijo de puta -dije con furia.

Nos fuimos despacio, cuando se cortó la sangre. Entre nosotros se hizo un silencio petrificado. Me dolía el puño, pero le tenía que haber pegado más fuerte. La china nos gritó y la esperamos. Nos quería regalar los bocadillos que le quedaban antes de irse con el chino. Se los llevó de vuelta. No estábamos para eso.

A los diez minutos vimos a otro chino y compramos unas cervezas que nos bebimos en el Parque del Oeste. Yo no hablaba. Sólo pensaba en la libertad y su jodida ausencia. Sólo deseaba seguir pegando a aquel malnacido, porque seguía escuchando sus risas tras pegar a aquel chino. A veces las sigo escuchando y hago como si nada.

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miércoles, 21 de septiembre de 2011

De paranoias y esas cosas racionales....

Reaparezco…como siempre en horas inoportunas. Sí, en esas mismas horas mentirosas que odias. Sin embargo, son horas que esperas y no llegan, horas que llegan sin esperar, horas vacías, horas muertas, horas interminables, horas eternas, horas felices. Llámalo hora, momento, pasado o presente. Qué mas da, compañero, lo que importa aquí es el adjetivo….aunque tú seas más de verbos. Por cierto, hoy llevaba gafas oscuras… amanecí con el alma endiablada y el mundo transitaba (anda, mira tú por donde aparece el verbo transitar) con una pasividad irritante. Nadie tiene la culpa de mis demonios.

Ahí va esto…..que quiere ser un intento de perfil en formato de carta y, encima, en segunda persona. Para los que disfrutan con un viaje truncado...cuando es en el vagón de un tren....con un libro entre las manos.

A Pilar…. (es tan cierto lo de los amigos y los tesoros.....)

Tienes la sublimidad salvaje de una amazona sin dueño. Eres la más mujer entre mujeres, de esas que sobre tacones, hieren las aceras con socavones, de esas que, con su paso, trastornan el sopor de una tarde de agosto. Cierro los ojos y sonrío, tengo tu imagen grabada en esta caja de instantáneas. Es primavera, final de verano en La Habana. Vamos tres, las tres de siempre, por una plaza que no era plaza sino suelo paradisíaco de pasiones llameantes. Respiramos un aire que jamás se nos hizo extraño, para entonces tú ya volabas junto a los mil y un sabores salseros. No eras de carne, eras baile caribeño sofocado en las mejores noches de la Casa de la Música, sin embargo, nunca fuiste tan humana, tan sincera, tan feliz. Ahora, lejos de tu Cuba vuelves a las tierras de ultratumba que tanto te pesan a veces. Pero no importa cómo te imagine, ni dónde, ni cuándo porque siempre serás tan bonita como una muñeca sin estrenar, una princesa de alma tierna ahogada en un vaivén de claroscuros. Sabes que estés donde estés la belleza aletea y salpica por tus rasgos cordobeses.

Recorres las calles como gata por sus dominios caseros, sin prisa, a veces distraída, a veces ensimismada, con la eterna compañía de un contoneo que perfila y redondea las esquinas por las que apareces y desapareces. Nunca te lo dije, admiro tu sencillez, el misterio de una inocencia a medio perder. Creo que naciste demasiado frágil para la crueldad de los más crueles y demasiado fuerte para los acerbos de esta vida. Me entusiasma saber que aún existe lo genuino. De ti aprendí que la alegría no entiende de artificios ni dobleces, que la amistad comprende, perdona, anima y acompaña en la bonanza y en la desdicha.

Todo lo que pueda escribirte dirá lo suficiente pero no lo imprescindible, así que prefiero un abrazo, un recuerdo o una carcajada…que de eso tengo mucho… y hasta que pueda dártelos confórmate con un te quiero.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Mirada regalada

Perdona por el retraso, no tuve unos buenos días. No volverá a ocurrir. El caso es que Laura es una afortunada. O lo será, cuando sea consciente de que hoy es siempre todavía. Quia. Conozco a un hombre que pone cada mañana en un espejo 'hoy es el día'. Mañana será tarde, dices tú. Bien, es cierto. Pero dejémoslo claro: odio el tiempo. Pero (¿te lo puedes creer?) hay gente a la que le gusta que corra la vida. Como si tuviésemos siete, como los gatos.

El tiempo, ya te digo, es un maldito. No tiene otra cosa que correr para hacer morir. Cada minuto más es uno menos. Varias veces fui con reloj en la muñeca, pero me di cuenta de que mi muñeca es para cosas más importantes. Por eso, cuando me deja, la pobre, llevo pulseras de colores para que cuando alguien me coja de las manos para maltratarme se le quiten las ganas al ver un arcoiris que me protege. Una vez hizo efecto. Otros días puedo llevar una pulsera de piel muerta de anaconda. Me la regalaron unos amigos que creían en que me debería de reír de la muerte al ver que sólo tiene utilidad cuando está disecada. Muchas veces me alegra el día la anaconda, que cuenta la leyenda (sí, sí, la pulsera tiene una leyenda, como todas las cosas bellas) medía cuarenta metros y que somos muchos los dichosos que llevamos un recuerdo de piel muerta pero que hace vivir.

Verás, a mí sólo me gustan las cosas que me recuerdan que estoy vivo. No son muchas, pero me pongo a buscarlas en mis ratos libres. Prométeme que si ves alguna que merece la pena me darás un silbidito.

(·)

La calle del Príncipe, muy cerca del hotel Asturias, desemboca en la Plaza de Santa Ana, donde hay un hawayano en el que las pajitas de las copas son de, por lo menos, un metro de largo. Una noche nos fuimos de alegrías y tomamos ron mezclado con mil cosas en una tortuga sin caparazón. Mientras todos reían yo miraba la pobre tortuga, que aunque era de barro, no tenía costra. El caso es que, brindando con pajitas megalargas, me di cuenta de que no escuchaba la música de fondo, y debía de ser música florero.

No estaba trompa, aún controlaba los sentidos, salvo el de las notas que tendrían que poner BSO a la escena.  Me di cuenta de que donde yo quería estar era fuera, paseando por Huertas. Mis amigos accedieron y nos fuimos de ronda. Nos chocamos con algunas guiris. Dijeron algo raro, pero seguí adelante aunque los otros se rezagaron al empezar a buscar algo más que tontear. Escuché un algo y miré para todos lados. En una esquina, junto al bar cubano, una novia sin novio ni rumbo gimoteaba en plena noche. Era un gimoteo pequeño, como las grandes cosas. Me pidió una tontería, de las que merecen la pena. Un plano de metro, por lo menos. Perdida, había huido por la mañana para luchar por algo que no comprendí ni siquiera un buen rato después. Tenía varios años más que yo, pero varias vidas menos. Estaba como desinflada, por lo que hubo globos y luces de neón. Creo que la muchacha sólo necesitaba una charla y que alguien le prestase un minuto de atención. Se fue rápidamente y cuando volvieron los colegas con las guiris recuperé la música. Fue raro. A veces la gente sólo necesita miradas regaladas. Que no se miden en segundos ni siquiera con cronómetros. Y si no hubiese llegado, quizá hubiera sido demasiado tarde. Aquí también.

Volvimos a pasear por Sol y el reloj de Correos tocó como si nada. Como si no se hubiese reiniciado la existencia.

Entiende que odie tanto a los relojes como a las gafas oscuras.  No sé a qué viene esto, pero tenía que contarlo. Me siento ahora mejor. Gracias pues.

(·)








domingo, 11 de septiembre de 2011

Mañana es demasiado tarde

Para Laura. Mi pequeña e inoportuna Laura.... llegastes en el mejor momento.


Te escribo en una noche cualquiera de insomnio. En un desvelo de minutos peligrosos y horas letales. Mientras tanto, tú sueñas con cantar y ser actriz. Te escribo bajo un cansancio autodestructivo de las que emergen, madrugada tras madrugada, todas mis inquietudes. Mientras tanto, tú sueñas con bailes y canciones. Ahí estás. Bajo las sábanas, protegiéndote del mundo. Algún día entenderás que solo la inocencia, o tal vez la ignorancia son las únicas armas para enfrentarse a la vida. Sin herir y sin ser herido. Hasta entonces disfruta de los sueños, pequeña. Con el tiempo habrás reído mucho y llorado demasiado. No puedo imaginarlo. No quiero aceptarlo. Ese será otro cuento que quizá nunca quieras contar.

El universo entero conspiró nueve meses antes de su nacimiento. Allí estaba, mi pequeña camarada. Jamás olvidaré sus ojos, solo sabían ver… Insidiosa adultez. El olvido de la infancia y del sentir de los sentidos fue lo que desquició a los hombres. Qué más da, Laura me enseñó que todo lo demás es lo de menos. No me importa el resto, nada.

Pequeña escribo para agradecerte los sueños de bailes y canciones que trajiste a mis días. Hoy y ahora es el momento, aunque tenga los ojos cerrados y la mente extraviada por el sueño. Mañana me parece demasiado tarde…..

….y como escribió algún loco de los más cuerdos por haber y habido, en no sé qué pared, de no sé qué metro…

Que la vida va en serio….Bébetela en broma. Sorbito a sorbito. Sin que te amargue. Pero bébetela. Toda. Yo estaré aquí. Siempre. Como siempre, para que la pereza no te agarre ni la resaca tambalee tus pasos.

sábado, 10 de septiembre de 2011

El eco y la vida

Hay verbos, y luego otras cosas menos importantes. La vida son buenos verbos y no solo malas noches. Se me olvidó lo que era rimbombar, pero recordé lo del eco. El eco siempre me llamó la atención. Te digo: lucha contra los males encarnados en la soledad. Y la soledad, que es muy lista, se las sabe todas, menos la de un susurro procedente de un lugar que puede ser cualquiera, que puede venir de mil y un voces y circunstancias. Entonces el eco es una especie de héroe, aunque no tan cotidiano. No me dirás que ahora todo el mundo le da la relevancia que ostenta. Es un secreto a voces; nadie evoca al eco porque le da vergüenza. El caso es que tú, más que un ápice, serás rimbombante. Vale. Pero ¿por qué ridícula? ¡Quia!, ¡la ridiculez! A no ser que hablemos de la genialidad delicada... Escribió tu amigo Nietzsche: "Ahora me veo a mí mismo por debajo de mí". ¡Zaratrusta era infeliz! ¡Está claro! Tú dirás. Yo ya lo sé. 

(·)

La memoria. Una vez me falló y lloré. No quiero olvidar el pasado, pero no tengo por qué recordar constantemente. Hay cosas más interesantes. Viajé hasta el pasado para pedirle una tregua en el presente. 

(·)

De pequeños jugábamos en la calle y ahora sólo es sitio para los coches. Chillábamos de alegría y nadie nos regañaba. Y no hace tanto de aquello. Recuerdas, ¿verdad? Preguntábamos por lo que estaba pasando, en gerundio (bendito gerundio prohibido), y nos echábamos una risas que se multiplicaban con el eco. Otra vez el eco. Ves, siempre fue importante. Y no lo creo, lo afirma la vida, que siempre se creció al multiplicarse por las montañas, con subidas y bajadas, o viceversa, o más allá de ella. 

(·)

En el metro escribieron esto y nadie se paró lo suficiente para disfrutarlo. 

Que la vida iba en serio
uno empieza a comprender más tarde.
Como todos los jóvenes, 
yo vine a llevarme la vida por delante. /Gil de Biedma


(·)





jueves, 8 de septiembre de 2011

Ápice. Parte II

Y de las pequeñas cosas que no de las cosas pequeñas, de esos ápices insignificantes, de eso que por magnífico fallece innominable ante el sonido de la palabra "rimbombante", de lo sencillo, de lo que huele y no se ve, de lo que se ve y no huele, de lo ridículo, de lo que permanece cuando ya no queda nada, de ahí nace todo. El yo, el ahora, el aquí. Eso es, creo. Y yo ahora, aquí, aquí mismo, me siento como ese ápice tuyo. Ridícula. Sencilla.

He seguido la lógica de un camino transitado. Tus pasos. Así, con el terreno allanado, me resulta aún más complicado. El susto es inevitable. Ya sabes, el comienzo es lo más difícil...pero las segundas partes nunca fueron buenas. Demasiada expectación para el aplomo del discurso, intuyo. Siempre fui una celosa de mis letras y ellas tan tímidas... No me importa. Toma como excusa la hora y el cansancio. Después iré sin miedo.

Vuelvo. Ahora. Aquí, aquí mismo, igual que antes, pero menos sencilla y más rimbombante. Te avisé. Es tan tarde y me siento tan cansada...Acabo. Quédate con mi antagonismo...a fin de cuentas esto no es más que una trifulca de sesos, una guerra de "grises", una guerra fría....



Un primer halo



Esto de ser primero. Cuesta, sabes. Tuvo que ser duro para el primer ápice del primer ser, cuando no había más que éter, preguntarle al vacío por lo que estaba pasando. Nadie sabe si obtuvo respuesta. Pero el primer ápice siguió adelante. Quizá escuchase algún murmullo de halo. O quizá no. El caso es que llegó a algún lado y se dividió en dos, para no estar solo. Qué soy yo, se dijo. Esa pregunta hizo magia y la vida nació con esta partición, con esta separación de un mismo algo, con esta gana de compartir con alguien la historia. Por eso, la historia de la vida condena a la unión, a la fundición de caminos, a la fusión de sueños. Para que ese primer ápice se completase y pudiese seguir adelante. Por eso el número dos es el número perfecto, y por eso cuando dos es uno, la vida renace y el éter se acongoja. Ha de ampliarse. La vida y su magia no tiene límites.


(·)


Debió de ser una sonrisa lo que le dio chispa a todo. Al principio debió de ser una gran chispa de energía. Los músculos se contrajeron y se asustaron. Pero luego disfrutaron. Debió de ser una cosa así la que hizo que el miedo no existiese más que en la ausencia de risas. Debió de ser algo excepcionalmente excepcional, para que el dolor se apacigüe ante la presencia de los labios arqueados hacia arriba. Debió de haber un antes y un después del momento en el que se acuñase el término de dulzura. Debió de llorar la tristeza. Perdió la batalla como si nada.  

(·)

Siempre que suena el piano se apagan las luces. Las estrellas brillan más y las cosas empiezan a tener algo de sentido. Bienvenida, pues.