sábado, 10 de septiembre de 2011

El eco y la vida

Hay verbos, y luego otras cosas menos importantes. La vida son buenos verbos y no solo malas noches. Se me olvidó lo que era rimbombar, pero recordé lo del eco. El eco siempre me llamó la atención. Te digo: lucha contra los males encarnados en la soledad. Y la soledad, que es muy lista, se las sabe todas, menos la de un susurro procedente de un lugar que puede ser cualquiera, que puede venir de mil y un voces y circunstancias. Entonces el eco es una especie de héroe, aunque no tan cotidiano. No me dirás que ahora todo el mundo le da la relevancia que ostenta. Es un secreto a voces; nadie evoca al eco porque le da vergüenza. El caso es que tú, más que un ápice, serás rimbombante. Vale. Pero ¿por qué ridícula? ¡Quia!, ¡la ridiculez! A no ser que hablemos de la genialidad delicada... Escribió tu amigo Nietzsche: "Ahora me veo a mí mismo por debajo de mí". ¡Zaratrusta era infeliz! ¡Está claro! Tú dirás. Yo ya lo sé. 

(·)

La memoria. Una vez me falló y lloré. No quiero olvidar el pasado, pero no tengo por qué recordar constantemente. Hay cosas más interesantes. Viajé hasta el pasado para pedirle una tregua en el presente. 

(·)

De pequeños jugábamos en la calle y ahora sólo es sitio para los coches. Chillábamos de alegría y nadie nos regañaba. Y no hace tanto de aquello. Recuerdas, ¿verdad? Preguntábamos por lo que estaba pasando, en gerundio (bendito gerundio prohibido), y nos echábamos una risas que se multiplicaban con el eco. Otra vez el eco. Ves, siempre fue importante. Y no lo creo, lo afirma la vida, que siempre se creció al multiplicarse por las montañas, con subidas y bajadas, o viceversa, o más allá de ella. 

(·)

En el metro escribieron esto y nadie se paró lo suficiente para disfrutarlo. 

Que la vida iba en serio
uno empieza a comprender más tarde.
Como todos los jóvenes, 
yo vine a llevarme la vida por delante. /Gil de Biedma


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