jueves, 8 de septiembre de 2011

Un primer halo



Esto de ser primero. Cuesta, sabes. Tuvo que ser duro para el primer ápice del primer ser, cuando no había más que éter, preguntarle al vacío por lo que estaba pasando. Nadie sabe si obtuvo respuesta. Pero el primer ápice siguió adelante. Quizá escuchase algún murmullo de halo. O quizá no. El caso es que llegó a algún lado y se dividió en dos, para no estar solo. Qué soy yo, se dijo. Esa pregunta hizo magia y la vida nació con esta partición, con esta separación de un mismo algo, con esta gana de compartir con alguien la historia. Por eso, la historia de la vida condena a la unión, a la fundición de caminos, a la fusión de sueños. Para que ese primer ápice se completase y pudiese seguir adelante. Por eso el número dos es el número perfecto, y por eso cuando dos es uno, la vida renace y el éter se acongoja. Ha de ampliarse. La vida y su magia no tiene límites.


(·)


Debió de ser una sonrisa lo que le dio chispa a todo. Al principio debió de ser una gran chispa de energía. Los músculos se contrajeron y se asustaron. Pero luego disfrutaron. Debió de ser una cosa así la que hizo que el miedo no existiese más que en la ausencia de risas. Debió de ser algo excepcionalmente excepcional, para que el dolor se apacigüe ante la presencia de los labios arqueados hacia arriba. Debió de haber un antes y un después del momento en el que se acuñase el término de dulzura. Debió de llorar la tristeza. Perdió la batalla como si nada.  

(·)

Siempre que suena el piano se apagan las luces. Las estrellas brillan más y las cosas empiezan a tener algo de sentido. Bienvenida, pues. 





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